sábado, 15 de mayo de 2010

Adiós al pasado


Para vivir el mañana debemos de aprender a dejar atrás el pasado. Todos sabemos que en este mundo, no nos podemos permitir vivir con lo que se cultivó en el ayer.

No entiendo aquella frase que dice: Los jóvenes son el futuro del país. No la comprendo por una simple razón: si los jóvenes son el futuro del país, por qué seguimos venerando a los hombres que vivieron en el pasado. No negaré que ellos dejaron huella. Que fueron lo pioneros que inpiraron y seguirán inspirando a las nuevas generaciones. Pero ¿Por qué no guardamos sus ideas en una biblioteca y ponemos en nuestros escritorios las propuestas frescas de la juventud?

¿Aún no saben de lo que estoy hablando? No los culpo, sé que no me he expresado bien. Hablo de literatura. No de cualquier literatura. Hablo de la literatura salvadoreña, la nueva, a la que nuestro país le ha dado la espalda.

Pediré perdón por mi abuso de libertad de expresión, para poder enviar el siguiente mensaje a los adultos salvadoreños, quien sin duda alguna, me terminarán odiando por lo que diré en los siguientes renglones. Pero creo que ya es hora de guardar aquellos cuentos de barro que solo se cuentan en aquella tierra de infancia que nuestros adultos y editores salvadoreños no han podido dejar atrás.

Yo creo que hemos confundio las cosas. Es a los jóvenes a quienes debemos de venderles literatura. Un adulto ya tiene su criterio y gusto, seguramente ya ha agotado todos los títulos de literatura salvadoreña, que le puedan parecer interesantes. Hoy debemos de venderle literatura a los jóvenes. Porque en lo que nuestras editoriales están publicando los cuentos de cipotes, los cipotes está comprando libros como Crepúsculo, Harry Potter, El señor de los anillo, El símbolo perdido, La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina, etc.

¿Por qué lo hacen? La respuesta la conocemos todos. La literatura tiene un gran enemigo. Se llama televisión. Y la televisión nos ha educado con una cultura mágica y a la vez violenta. Seamos realistas, un niño prefiere mil veces más ver una película en donde le vuelan los cesos a un hombre, a ver una en donde se narran las crónicas de nuestra cultura. No podemos obligarlos a que les guste. La única forma de hecer eso es rompiendo todas las televisiones del país, para que vivan un ambiente muy parecido al de los 60 aquí en El Salvador.

Nos hemos quedado atrapados en la guerra. Sí, ya se firmaron los acuerdos de paz y todo eso (no quiero meterme en política) pero la única literatura que nuestros editores están publicando es aquella que habla de la guerra de El Salvador. Aún en estos días se publica sobre la guerra. Una guerra que, la nueva generación de jóvenes adultos, ya no vivieron, porque concluyó en los años en que estaban naciendo. Además de historia nacional, qué otro motivo hay para recordarles de la guerra. Por qué no, mejor, les ayudamos a desarrollar nuestro país.

Sin duda alguna, muchos de los que lean este artículo, podrán justificar aquellos libros diciendo que son clásicos de la literatura salvadoreña. Que es nuestra obligación educar a las futuras generaciones con ellos. Tienen toda la razón. Debemos de hacerlo; Siempre y cuando, no retrase al progreso. Veámolo así (aunque el ejemplo no es el más adecuado): Qué pasaría si hoy, en el año 2010, aún estuvieramos hablando de la teoría de Demócrito sobre el átomo; y que el resto de científicos, incluido el mismo Schrödinger (con su ecuación de onda), no hubieran sido publicados ni escuchados jamás. ¿Qué estuviéramos haciendo? Sin duda nada. Sin embargo, todos esos científicos fueron escuchados. Se publicaron sus teorías. Y hasta la fecha, estudiamos la teoría de Demócrito (como historia). ¿Por qué no podemos hacer nosotros, los salvadoreños, lo mismo con nuestra literatura?

Lo único que estoy pidiendo es un poco de ¡Justicia, señor Ministro!...; ¡Justicia, señor Presidente!... (¡Justicia, señor Gobernador!...) porque las letras en El Salvador deben evolucionar. Dejemos de discriminar la ficción y la fantacia, aceptar que esta juventud quiere leer eso. Saber acoplar nuestros textos con nuestro tiempo. Diferenciar lo cultural de lo clásico. Pero primero, apoyar aquellos textos que aún reposan en un cajón o en la USB de un joven.

Señores: Guardemos los Cuentos de barros, Jícaras tristes, Tierra de infancia, Hombres contra la muerte, Un día en la vida, La grieta en el agua (Aunque coincido con la opinión de Horacio Castellanos Moya); y estudiémolos moderadamente. Salgamos a las librerías y exijamos que nos vendan libros como El asco, A-B-Sudario, De fronteras, El sueño de Mariana, Arizona Dreaming, etc, por simple entretenimiento. Apoyemos lo nuestro. Apoyemos lo nuevo.

Si lo que dije anteriormente no les convence. Si la literatura nueva no les parece buena para publicar; entonces no lo hagan por las letras salvadoreñas, háganlo por el dinero. Vivimos en un país tan consumista, que un buen negocio es venderle a los jóvenes lo que les gusta. ¡Que a los jóvenes no les gusta leer! Véndan textos frescos, veremos qué pasa...
¡Ya es el turno de los ofendidos! El turno de los no publicados. El turno de aquellos salvadoreños que deben ir a Guatemala, Costa Rica, México, entre otros, para poder publicar sus libros.


Felipe García

16 de mayo del 2010

3 comentarios:

  1. Me parece viejo! ta recopado, jaja agrego: "la televisión es una gran fuente de cultura, cada vez que alguien enciende la tele me voy de la habitación a leer un libro"

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  2. Animo y suerte amigo sigue adelante te deseo éxitos.

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