jueves, 27 de mayo de 2010

Los robots, y la ciencia ficción, debe existir en El Salvador


La ciencia ficción es uno de los géneros más populares. Este género cobró vida en los años 20, con los tres padres de la ficción: Julio Verne, Issac Asimov y H.G. Wells. Este género juega con la realidad y la fantasía. Después de muerto, Julio Verne, se dijo que él fue adivino por acertar en la creación de ciertas máquinas. Cuando en realidad Julio Verne simplemente dedujo algo, a partir de la realidad de aquella época.
La ciencia ficción es un género bastante demandado a nivel internacional. Aquí en el país, los jóvenes prefieren la ciencia ficción en algunos casos. Sin embargo las editoriales discriminan este género literario, quién sabe por qué razones. Un escritor salvadoreño no podrá publicar su obra con facilidad, mucho menos si es una historia de ciencia ficción. Muchos salvadoreños desconocemos que existan obras nacionales de este género. Sí las existen. Pero no se publican. Una novela que se destaca en este género es la novela del escritor Jorge Galán: El sueño de Mariana.
A continuación les presento un cuento extraído del libro: La ilustre familia androide, del salvadoreño Álvaro Menén Desleal. Este libro se puede comprar en cualquier librería del país. Forma parte de la Biblioteca Básica de Literatura Salvadoreña (DPI). Cabe destacar que esta obra fue publicada por primera vez en Argentina; y su segunda edición aquí en el país en 1997, últimos años de vida del autor.

Los robots deben ser atentos


Álvaro Menén Desleal


(1932 - 2000)


El oficial de pie tras el escritorio, la invitó con un gesto cordial a sentarse.
La viejecita, más ágilmente de lo que era dable esperar de una mujer de su edad, tomó asiento.
─ Deseo presentar una queja ─ dijo la viejecita con una mohín de indignación, y mientras los ojillos le relumbraban.
El oficial de Quejas sonrió solícito. Con una leve inclinación de cabeza la animó a proseguir.
─ Si; una queja. Una queja contra los robots.
El oficial bajó los ojos y alistó su maquinilla para tomar apuntes.
─ Esas horribles máquinas─ dijo la viejecita con vez trémula y chillona─ son los seres más desatentos que conozco. Circulan por las calles de la ciudad y son incapaces de prestar el menor auxilio a una pobre anciana.
Ahora sollozó, la cara hundida en el pañuelo de encajes.
─ Ayer iba yo al Negocio de Seguros y tuve que esperar cuarenticinco minutos (sí; cuarenticinco minutos, como-lo-oye) antes de poder atravesarme la calle. El Robot de tránsito se hizo todo ese tiempo el desentendido, y no quiso detener la circulación de vehículos para que yo pudiera pasar al otro lado.
El Oficial tomaba cuidadosamente el apunte.
─ Y eso es lo de menos ─agregó─ La semana pasada, en vista de que mi nuera guardaba cama por un fuerte resfriado, me vi obligada a ir de compras. Ho hubo, en todo el camino de regreso, uno solo de esos malditos robots municipales que se ofreciera a llevarme la cesta… ¿Es que este gobierno jamás va a enseñarle buenas maneras a los robots? ─ preguntó, con un tono de protesta muy comprensible.
El oficial chasqueó ligeramente la lengua. Se levantó y ofreció una taza de café a la viejecita, ofrecimiento que ella aceptó con un pujido.
El oficial sirvió dos tazas, y dio una a la señora. Entre sorbo y sorbo, siguió ella explicando sus puntos de vista.
─ He llegado a creer que es patraña eso de las tres leyes de la robótica.
El oficial se estremeció en su asiento.
─ Si; como-lo-oye. “Un robot no debe dañar a un ser humano o, por falta de acción, dejar que un ser humano sufra daño: segunda: un robot debe obedecer las órdenes de un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera ley; y, tercera: un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda ley”. ¡Valientes leyes!
El oficial terminó su taza de café.
─ Sé de casos en que los robots ─ dijo la anciana ─ han causado daño a los seres humanos…
El oficial abrió mas los ojos por la sorpresa.
─ He soportado frecuentemente la insolencia de los robots, que se han negado a obedecerme; y sé también de casos en que los robots han dejado sufrir daños a los seres humanos, para protegerse a sí mismos. Como-lo-oye. ¡Egoístas!
El oficial sabía que aquello no podía ser cierto; pero, de todas maneras, tomaba cuidadosamente apuntes.
─ Ese Asimov debió agregar una cuarta Ley Robótica: “Los robots deben d ser atentos, especialmente con los ancianos y los niños ─ dijo, gimoteando de nuevo entre el pañuelo.
El oficial le dio seguridades de que su queja iba a ser considerada e investigada cuidadosamente: no era para menos saber que una persona tan simpática como ella tuviera quejas de tales seres inciviles y rústicos.
La anciana sonrió coqueta:
─ No hay como los seres humanos ─ dijo.
Luego agregó, con una risita:
─ Y no hay como los atentos Oficiales de Policía.
La viejecita se levantó y, ya animada su cara por la sonrisa, dijo:
─ Muchas gracias por oírme, joven.
El oficial sonrió a su vez, para corresponder las cortesías de su visitante.
El oficial no tenía porqué acompañarla; sin embargo la acompañó a la gran puerta de acceso, tomándola filialmente del brazo en todo el trayecto. La viejecita tenía sonrojadas las mejillas cuando estrechó pícaramente, y con un guiño coqueto la mano del apuesto oficial. Se marchó a pasos cortos y a media cuadra se detuvo; girando la cabeza, sonrió de nuevo para agitar una última vez la mano, el paño de encajes flotando en el viento como si fuera una bandera amistosa. El oficial que se había quedado en la puerta sonrió también y dijo otra vez adiós.
La viejecita se perdió en el tráfago de gentes y robots de la gran ciudad, murmurando entre dientes: “¡Ah, qué diferencia! ¡No hay como los seres humanos!”
El joven oficial tomó el ascensor para su despacho. Entre el segundo y el tercer piso, resonó la voz metálica de su oculto transmisor receptor.
─” Oficial de quejas…Oficial de Quejas… preséntese al despacho del director”.
─ Si, señor ─ Contestó el joven oficial.
Pero fue un “sí, señor” más respetuoso que de costumbre, porque un robot debe de ser atento.
Bibliografía:
Menén Desleal, Álvaro; La ilustre familia androide; Dirección de publicaciones e impresos,
El Salvador; 1997.




martes, 18 de mayo de 2010

Homenaje a Francisco Andés Escobar



El domingo 9 de mayo, del presente año, falleció uno de los más grandes poetas y cronistas que El Salvador ha tenido. Francisco Andrés Escobar, conocido por sus alumnos como Don Paquito, dejó el mundo terrenal a los 67 años. Don Francisco Escobar sufría de cáncer en la vejiga. Y fue por decisión de él, según otros de sus colegas universitarios, quien decidió suspender sus medicamentos.


No sé si tengo el derecho de llamarme "su alumno" porque dadas la situación, no pudo concluir el ciclo de redacción I. Pero quiero compartir con ustedes una pequeña anécdota del primer día de clases con Don Francisco Escobar:


En el mes de marzo es cuando se inicia un año más, en el ámbito académico. Es cuando comienza el ciclo/01. La primera matería que tendría era redacción. La tendría en un edificio o aula llamada: "stall". Yo era nuevo en la carrera. Todo el año pasado lo había pasado recorriendo los salones destinados al departamento de Ingeniería y Arquitectura, que el tal "stall" me resultaba desconocido. No me quedó de otra que ir a preguntar al edifico de información, qué era el "stall".


Salón taller. La señora a cargo de la recepción del decanato de ciencias sociales me explicó que se trataba del salón taller, ubicado en el edificio de comunicaciones de la UCA. Ya estaba retrasado por cinco minutos, no me quedó de otra que correr. Al llegar me enviaron a un salón pequeño.


Buenos días, saludé a los presentes. Los tenga usted, me respondió un hombre de pelo cano. Cargaba unos pesados lentes que estaban siendo sujetados por una cinta que rodeaba su cuello. Recuerdo que vestía una camisa (no recuerdo si color vino o roja) manga corta; y unos tirantas que sostenían sus pantalones. Estaba sentado en un banquito frente a las mesas de trabajo, con la pierna cruzada. Tomé asiento cerca de él, para tener mejor panorama de la clase. Al cabo de unos segundos nos invitó a que siguiéramos con la vista el programa de estudio que nos tenía preparado. Firmó el programa con el nombre: FRANCISCO ANDRÉS ESCOBAR. Su nombre me era familiar, pero en aquel momento no lo reconocí.


Cuando terminó de leer nos explicó las reglas con las que desarrollaríamos la materia. Faltaban diez minutos para que la clase concluyera. Y sus siguientes palabras no las olvidaré: ¿Quién de usted fue al concierto de Metallica? Nos preguntó. Cuando nadie le respondió, él continuó: Yo sí fui. Muchos reímos incrédulos. Metallica es una buena banda, continuó, por qué no creen que me gusta. Si ellos son más que todo para los jóvenes adultos. Chiquillos, he aprendido algo. La vida es demaciado corta, para no disfrutarla. Uno nunca sabe cuándo puede morir. Por eso hay que disfrutarla. Nos puso el ejemplo el caso de Viña del mar 2010. Todos los chilenos que después de aquel festival no se imaginaron que esa misma madrugada los sacudiría un terremoto. Me pregunto si en verdad Don Francisco Escobar, no sabía cuándo le iba a tocar.


Al terminar esa clase fui directamente a mi casa. Busqué en internet el nombre de aquel personaje. Confirmé mis dudas. Francisco Andrés Escobar, Escritor.


Dos días después fui a la librería de la universidad a comprar un ejemplar del libro El país de donde vengo. En una semana lo leí. Tenía intenciones de pedirle una dedicatoria al finalizar el ciclo. Pero por ese motivo me quedé sin aquel recuerdo.


Este martes 18 de mayo, se celebró un homenaje en su honor. El lugar fue el auditorio Ignacio Ellacuría, en donde sus cenizas estuvieron presentes. En el homenaje se interpretaron dos piezas musicales de su película favorita Volver a empezar (Ganadora del Oscar 1982, como mejor película de habla no inglés). También fueron dramatisadas escenas de su obra De la sal y la rosa (Biografía de Claudia Lars), entre otras cosas.


Quedó mostrada su humildad. Su genialidad. Su amor a las letras y la educación. No quedará duda que Francisco Andrés Escobar fue y será siendo uno de los más grandes artistas de El Salvador. Y es momento que hoy, sus alumnos, sus dicípulos, le rindemos el homenaje más grande que se le puede dar a un autor de su magnitud. Recordándolo.


Todo un artista que nació en un pueblo que no se lo merecía. Pero me atrevo a decir que si él leyera estas últimas lineas, me desmentiría. Porque amó tanto a El Salvador que se enorgullese de ser parte de su literatura. Francisco Andrés Escobar (1942 - 2010)




Felipe García


20 de mayo del 2010

sábado, 15 de mayo de 2010

Adiós al pasado


Para vivir el mañana debemos de aprender a dejar atrás el pasado. Todos sabemos que en este mundo, no nos podemos permitir vivir con lo que se cultivó en el ayer.

No entiendo aquella frase que dice: Los jóvenes son el futuro del país. No la comprendo por una simple razón: si los jóvenes son el futuro del país, por qué seguimos venerando a los hombres que vivieron en el pasado. No negaré que ellos dejaron huella. Que fueron lo pioneros que inpiraron y seguirán inspirando a las nuevas generaciones. Pero ¿Por qué no guardamos sus ideas en una biblioteca y ponemos en nuestros escritorios las propuestas frescas de la juventud?

¿Aún no saben de lo que estoy hablando? No los culpo, sé que no me he expresado bien. Hablo de literatura. No de cualquier literatura. Hablo de la literatura salvadoreña, la nueva, a la que nuestro país le ha dado la espalda.

Pediré perdón por mi abuso de libertad de expresión, para poder enviar el siguiente mensaje a los adultos salvadoreños, quien sin duda alguna, me terminarán odiando por lo que diré en los siguientes renglones. Pero creo que ya es hora de guardar aquellos cuentos de barro que solo se cuentan en aquella tierra de infancia que nuestros adultos y editores salvadoreños no han podido dejar atrás.

Yo creo que hemos confundio las cosas. Es a los jóvenes a quienes debemos de venderles literatura. Un adulto ya tiene su criterio y gusto, seguramente ya ha agotado todos los títulos de literatura salvadoreña, que le puedan parecer interesantes. Hoy debemos de venderle literatura a los jóvenes. Porque en lo que nuestras editoriales están publicando los cuentos de cipotes, los cipotes está comprando libros como Crepúsculo, Harry Potter, El señor de los anillo, El símbolo perdido, La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina, etc.

¿Por qué lo hacen? La respuesta la conocemos todos. La literatura tiene un gran enemigo. Se llama televisión. Y la televisión nos ha educado con una cultura mágica y a la vez violenta. Seamos realistas, un niño prefiere mil veces más ver una película en donde le vuelan los cesos a un hombre, a ver una en donde se narran las crónicas de nuestra cultura. No podemos obligarlos a que les guste. La única forma de hecer eso es rompiendo todas las televisiones del país, para que vivan un ambiente muy parecido al de los 60 aquí en El Salvador.

Nos hemos quedado atrapados en la guerra. Sí, ya se firmaron los acuerdos de paz y todo eso (no quiero meterme en política) pero la única literatura que nuestros editores están publicando es aquella que habla de la guerra de El Salvador. Aún en estos días se publica sobre la guerra. Una guerra que, la nueva generación de jóvenes adultos, ya no vivieron, porque concluyó en los años en que estaban naciendo. Además de historia nacional, qué otro motivo hay para recordarles de la guerra. Por qué no, mejor, les ayudamos a desarrollar nuestro país.

Sin duda alguna, muchos de los que lean este artículo, podrán justificar aquellos libros diciendo que son clásicos de la literatura salvadoreña. Que es nuestra obligación educar a las futuras generaciones con ellos. Tienen toda la razón. Debemos de hacerlo; Siempre y cuando, no retrase al progreso. Veámolo así (aunque el ejemplo no es el más adecuado): Qué pasaría si hoy, en el año 2010, aún estuvieramos hablando de la teoría de Demócrito sobre el átomo; y que el resto de científicos, incluido el mismo Schrödinger (con su ecuación de onda), no hubieran sido publicados ni escuchados jamás. ¿Qué estuviéramos haciendo? Sin duda nada. Sin embargo, todos esos científicos fueron escuchados. Se publicaron sus teorías. Y hasta la fecha, estudiamos la teoría de Demócrito (como historia). ¿Por qué no podemos hacer nosotros, los salvadoreños, lo mismo con nuestra literatura?

Lo único que estoy pidiendo es un poco de ¡Justicia, señor Ministro!...; ¡Justicia, señor Presidente!... (¡Justicia, señor Gobernador!...) porque las letras en El Salvador deben evolucionar. Dejemos de discriminar la ficción y la fantacia, aceptar que esta juventud quiere leer eso. Saber acoplar nuestros textos con nuestro tiempo. Diferenciar lo cultural de lo clásico. Pero primero, apoyar aquellos textos que aún reposan en un cajón o en la USB de un joven.

Señores: Guardemos los Cuentos de barros, Jícaras tristes, Tierra de infancia, Hombres contra la muerte, Un día en la vida, La grieta en el agua (Aunque coincido con la opinión de Horacio Castellanos Moya); y estudiémolos moderadamente. Salgamos a las librerías y exijamos que nos vendan libros como El asco, A-B-Sudario, De fronteras, El sueño de Mariana, Arizona Dreaming, etc, por simple entretenimiento. Apoyemos lo nuestro. Apoyemos lo nuevo.

Si lo que dije anteriormente no les convence. Si la literatura nueva no les parece buena para publicar; entonces no lo hagan por las letras salvadoreñas, háganlo por el dinero. Vivimos en un país tan consumista, que un buen negocio es venderle a los jóvenes lo que les gusta. ¡Que a los jóvenes no les gusta leer! Véndan textos frescos, veremos qué pasa...
¡Ya es el turno de los ofendidos! El turno de los no publicados. El turno de aquellos salvadoreños que deben ir a Guatemala, Costa Rica, México, entre otros, para poder publicar sus libros.


Felipe García

16 de mayo del 2010